lunes, 5 de diciembre de 2016

Boxeo

El Torito de Mataderos

Luego de apreciar el buen blog "Es mi orgullo ser hincha del verde y negro", que se basa en redactar distintas circunstancias sobre el Club Nueva Chicago en particular y el barrio de Mataderos en general, recordé a un hijo de ese barrio, "El Torito de Mataderos".


La efusiva muestra de pasión y amor que nace en ese blog por aquel determinado sector de la ciudad de Buenos Aires, es muy comparada con el cariño que la gente le regalaba a Justo Suárez, boxeador de la década del ´20 y principios del ´30 que supo llegar a insertarse en la élite porteña proviniendo de la clase baja.


Entre tantas muestras de amor y admiración, Suárez sirvió como inspirador para que el escritor Julio Cortázar realizara "Torito", uno de sus mejores cuentos escrito en primera persona, el cual se encuentra en su libro "Final del Juego".


El cuanto de Cotázar, quien amaba al boxeo tanto como el jazz, no tiene desperdició, por lo que no me voy a prohibir de publicarlo. No obstante, lo hago en dos videos grabados por el mismísimo escritor en los que lee "Torito". Para los que desean leerlo pueden dirigirse al siguiente Link

Boxeo en todos lados


Matías, un amigo, me llamó como es habitual en él, no tocó el timbre ni golpeó a la puerta; sino que gritó mi nombre de cara a la ventana del comer de mi casa, abertura desde donde se pueden ver esos tres tanques enormes que suministras de agua al barrio.
Su presencia me llamó la atención, ya que hace tiempo que no nos veíamos, por lo que fue imposible que no realizáramos una conversación instantánea, que nos pondría al tanto sobre la vida de ambos, desde la misma ventana. Pero no duró mucho esa conversación, porque a los pocos minutos me preguntó si podía acompañarlo a cierto lugar a comprar cierta cosa, a lo que accedí antes de que me advirtiera que tendríamos que realizar una parada previa. ¡Ma´si! –dije-, si desde que lo vi me di cuenta que el día que había programado ya no se llevaría a cabo.

La escala al viaje se dio en una peluquería, la Peluquería de Ángel Ávila, un ex boxeador, para ser exacto.Marcelo Boiroux

La peluquería de Ángel es de lo más extraño, y eso se debe a que su peluquería no es el único negoció que regentéa. Ubicada en un departamento planta baja de un edificio, para llegar a la peluquería de Ángel hay que atravesar unos juegos de plaza que él mismo instaló para que sus hijos se diviertan. Al dejar atrás el tobogán y los demás juegos, me topé con un mostrador, recubierto de cerámicas y con rejas sobre él por seguridad, que representaba la fachada de una heladería. Pero todavía seguía sin llegar a ver en donde se encontraba la peluquería de Ángel.

En lugar de espejos, tijeras, secador de pelos y gel, lo único que pude alcanzar a ver al estar parado enfrente del mostrador de la heladería eran dos cabinas telefónicas, por lo que le pregunté a mi amigo, como si me encontrara todo confundido en un laberinto, “¿dónde es?”

“Vení, pasa por acá”, me dijo Matías al mismo tiempo que traspasó, por uno de los lados del mostrador de la heladería, la línea imaginaria que divide el interior del comercio con el mundo exterior. Una vez dentro de la heladería, mi amigo tomó dirección hacia las cabinas telefónicas para acercarse a una puerta que se encontraba a la derecha, la cual atravesó.

Mientras seguía a mi amigo por el camino que me indicaba me sentí incomodo. Por un momento pensé que estaba invadiendo una propiedad privada, que podría llegar a aparecer cualquier persona y preguntar qué hacíamos en el interior de la heladería, hasta podrían pensar que queríamos robar, pero me quede.

Sin realizar mayor movimiento pegué media vuelta y observé todo el lugar velozmente, me di cuenta que no había ninguna caja registradora, en realidad no había nada, lo que significaba que no podían acusarnos de ningún robo.

Más tranquilo, debido a que la sensación de invasión ya había desaparecido, traspase, al igual que Matías, la puerta que se encontraba a la derecha. Una vez del otro lado me di cuenta que había más luz en ese cuarto. También vi un espejo, tijeras, secador de pelos y gel, lo que podía significar una sola cosa, ya había llegado a la peluquería, la cual se encontraba en lo que había sido antiguamente el comedor del departamento.

Invadido por la curiosidad no pude dejar de mirar a mi alrededor. Estaba parado en una peluquería que estaba adentro, o detrás, no se, de una heladería; pero eso no era todo, ya que pude darme cuenta, al seguir con la vista el pasillo que hubiera llevado a los dormitorios, que había una librería en lo que había sido antiguamente una pieza. Esa librería era atendida, al igual que la heladería y la peluquería, por el propio Ángel, pero desde una ventana, la cual daba, en ángulo recto a la puerta que se encontraba a la derecha, a una vereda.

Al reincorporarme, pude observar que mi amigo ya estaba sentado en la silla del peluquero/ex boxeador, dispuesto a recibir su atención. Por su parte, Ángel estaba preparándose para llevar adelante su trabajo, se lo notaba de buen humor.

Ángel, que tenía un corte de pelo llamativo -estaba pelado de la mitad de la cabeza para adelante y tenía largos rulos detrás- nos contó que había sido un pugilista peso pluma, y que consiguió el campeonato argentino en el ´81 cuando era amateur. Nos aseguró que su carrera en el ring comenzó a caer cuando perdió la posibilidad de representar a la Argentina en los Juegos Panamericanos. "Fue como un clic en mi cabeza", mencionó Ángel. Aunque su récord de 63 peleas ganadas y 3 perdidas en el amateurísmo lo llevó a profesionalizarse y debutar en el Luna Park, estadio en el que peleó las siguientes dos pelas.

En cuanto a su oficio nos contó que había comenzado a estudiar peluquería cuando entrenaba en el gimnasio del Luna, y si bien lo cargaban mucho, a él le gustaba porque un amigo que era peluquero le había comentado que, al margen de ganar buena plata, era un excelente lugar para levantarse mujeres, idea que lo entusiasmó.

Una buena historia la del peluquero Ángel, pero no había tiempo para más. Como ya estaba terminado el corte de pelo de mi amigo, con el cual Matías quedó satisfecho, nos fuimos. Dejamos atrás a la peluquería, la puerta de la derecha, las cabinas telefónicas, el mostrador de la heladería y hasta a los juegos de plaza. Ya estábamos en camino para realizar lo que en un principio se propuso, ir a cierto lugar a comprar cierta cosa.

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